cuyos habitantes son seres felices.
Esa felicidad se debe a que en ese país no existe el tiempo.
Sólo los niños pueden ver a dichos seres,
cuando suben a la superficie del mar a cantar y bailar,
mientras luce el arco iris de nuestro cielo.
de un cuento popular
Nuestros alumnos son en realidad los habitantes de ese territorio fantástico. En el mundo infantil no hay tiempo. Hay necesidades físicas, cognitivas y emocionales. Eso se demuestra en la escuela conviviendo con los niños, por ejemplo. Un dolor suspende su actividad, un interés sucede a otro de manera infinita, y una riña, un enfado, es la vida. No saben exactamente qué edad tienen sus padres ni ellos, ni qué dia es hoy. Tampoco son capaces de acertar la hora, y no saben cuándo volverán a su casa... Pero llega el día en que ya saben todas esas cosas: han dejado de ser niños. Ahora son jóvenes socializados en su cultura. Algo obviamente necesario, pero que no impide una reflexión.
Existe un debate ya histórico entorno a la función de la escuela. En síntesis, unos dirían que la escuela de nuestro tiempo sirve para llegar a la excelencia. Otros, que su función es adoctrinar desde temprana edad y, así, crear piezas del sistema, personas que no piensan, no critican, no saben, sólo opinan y consumen, y por lo tanto que es necesario un cambio profundo. Y también hay quien aborrece la institución en sí misma, y defiende la desescolarización.
Pienso que la escuela primaria es un lugar donde se encuentran los vecinos para aprender. Todo lo demás sobra, aunque sea rentable. Y tal como está la marea política en nuestro país y su europa, creo que el maestro ha llegado a un punto de independencia total. Cuando ya no hay ni una ley justa que ampare a los niños, que proteja sus derechos y que los defienda de toda la maldad que crean los adultos, es el momento de máxima responsabilidad -y, por tanto, de mayor toma de decisiones- para el maestro que, en verdad, no puede creer todo eso de la tecnocracia educativa y de su negocio, porque cada día ve llorar a un niño, y porque cada día recibe su beso, su patada, su alabanza, su crítica, su pregunta, su acierto..., y todo lo que ustedes, si no son maestros, han olvidado al convertirse en adultos.
Así que dejémonos de horarios y calendarios, y construyamos una escuela natural, lógica, ética, donde cada niño consiga el éxito de prepararse para ser feliz, y hagámoslo aquí, sobre el mar, escuchando a los verdaderos maestros, esos que son capaces aún de bailar y cantar bajo arcos multicolores.
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